miércoles, 14 de enero de 2015

.Pura.

Capítulo 14


“El profesor de la última clase faltó aquel día y nos dejaron salir antes a todos. Mientras volvía a casa canturreaba feliz porque podría mostrarles a todos mi diez en el examen de ciencias y hacerlos sentir orgullosos. Pero pronto esta idea se desvaneció de mi cabeza ya que, en cuanto crucé la puerta de la casa, supe que algo no iba bien. Dejé de canturrear. Mi instinto me decía que algo malo iba a pasar y, por desgracia, mi instinto pocas veces fallaba. Encontré a mi madre en el salón, con una botella de whisky medio vacía en una mano y un vaso de cristal en la otra. Éramos las dos únicas personas de la casa y sabía que estaba borracha, así que hice como que no pasaba nada y esbocé una sonrisa antes de entrar.

- Hola mamá ya estoy en casa – le dije – ¿sabes qué? Saqué un diez en el examen de ciencias de la semana pasada, ¿no es genial?

- ¿Qué haces aquí? – su tono fue tan rudo que mi sonrisa se borró -, ¿te has escapado? ¡¿Y te atreves a mostrarte delante de mí después de lo que has hecho?!

- Pero mamá yo no – su mano impactó en mi cara con fuerza.

- ¡Cállate! – gritó - ¡Maldita niña insolente! ¡Después de todo lo que hemos hecho por ti y nos lo pagas escapándote de las clases!

- ¿Mamá qué te pasa? – le pregunté.

La mejilla me palpitaba y me dolía por el golpe y llevé mis manos a ella para tratar de calmarla.

- ¿No lo sabes? – se acercó a mí y se inclinó –. Te odio, siempre te he odiado. Toda mi vida he lamentado el haberte tenido, pero tu padre estaba tan feliz que no pude negarme a parirte. Y cuando te tuve me lo robaste, te convertiste en su niña linda y a mí me dejó olvidada. No soporto verte, tu sola presencia me provoca dolor de cabeza y preferiría morirme a tener que reconocer en alto que eres fruto de mi vientre”.

- Aquellas palabras me dolieron tanto que si una apisonadora me hubiese pasado por encima tan solo me habría causado cosquillas en comparación. Así que cogí mi dolor, mi rabia y todas mis pertenencias y me fui de casa.

Cuando terminé de hablar miré a Nathan, esperando su reacción. Él se quedó observando el volante del coche en silencio y yo me quedé observándole a él. Le había contado mi mayor secreto, lo que nunca le había contado a nadie, y por fin me sentía algo feliz, libre del gran peso que suponía guardarme aquello para mí sola.

- Jamás se lo había contado a nadie – dije, acurrucándome contra el asiento del copiloto y mirando mis pies.

En ese momento sentí como el coche arrancaba y al mirar a Nathan vi que estábamos alejándonos del lugar donde habíamos aparcado cerca del parque. Le miré extrañada y pensé que estaba loco si creía que yo iba a volver a entrar a la casa después de lo que había sucedido aquella noche.

- No vamos a volver a la casa – dijo, adivinando mis pensamientos.

- ¿Cómo lo has…? – la sorpresa no me dejó terminar la pregunta.

Él solo sonrió. Tenía curiosidad por saber a qué lugar estábamos yendo, pero decidí confiar en Nathan al menos esa vez y no pregunté nada. Poco después aparcó en una zona bastante concurrida de gente, ya que allí se encontraban la mayoría de restaurantes, discotecas y sitios públicos de la ciudad. Me vi obligada a sujetarle del brazo a él para no perderle entre la multitud, gesto que provocó que su sonrisa aumentara considerablemente. Además, aproveché el momento para aferrarme bien fuerte contra uno de esos brazos que me había cautivado la noche que nos conocimos. Estuvimos entre el alboroto al menos siete minutos, hasta que llegamos a un restaurante indio y entramos.

El sitio tenía un ambiente bastante cálido y agradable. Las mesas eran redondas y de madera oscura, y estaban rodeadas por unos sillones también de madera, acolchados y cubiertos por un forro rojo oscuro con rosas dibujadas. Los focos del techo iluminaban el lugar con una luz anaranjada que le daba vida a todo lo que allí había y al final del todo pude ver una gran cristalera con vistas a la calle. Me había quedado tan maravillada por la hermosura del sitio que Nathan me tuvo que tomar de la mano para hacerme avanzar. Una mujer de alrededor de cincuenta años, con el pelo rubio y rizado, baja y flaquita nos recibió con una enorme sonrisa.

- Mesa para dos supongo – dijo ella, y Nathan asintió sujetando mi mano más fuertemente –. Acompáñenme.

La seguimos hasta una mesa igual a la que había visto en la entrada, y me pregunté qué diferencia había entre las mesas para dos y las mesas para más personas. ¿El forro era más suave en un sillón que en otro?

- ¿Tienen pensado lo que quieren beber o prefieren esperar? – la mujer preguntó.

- Dos lassis, por favor – dijo Nathan.

- En seguida – y la mujer se marchó.

- Oye – dije –, ¿y yo no puedo elegir o qué pasa?

- Te prometo que te va a gustar – dijo.

Cogió entonces el menú y lo abrió para leerlo. Como solo había uno, tuve que pegarme más a él para poder mirar también los platos que podían servirnos. Todo era tan apetitoso y suculento que la boca se me hacía agua por cada segundo que pasaba.

- No podemos pedir todo, ¿cierto? – pregunté, levantando la vista para mirarle.

Él se rio y me miró también, quedándonos a escasos centímetros el uno del otro.

- No – contestó -, pero podemos volver juntos y probar un plato diferente cada vez.

- ¿Y qué te hace pensar que  volveré aquí contigo? – le pregunté.

- Estamos juntos aquí hoy, ¿no? – preguntó y se acercó.

Tragué saliva y luché para que no pudiera escuchar los rápidos latidos de mi corazón.

- Bueno, elijamos algo, ¿vale? – volví a mirar al menú, pero seguí sintiendo la mirada fija de él en mí.

Me concentré plenamente en lo que podíamos elegir para comer, y leí y releí la carta una y otra vez, pero me era tan difícil elegir una cosa en concreto.

- ¿Necesitas ayuda? – me preguntó Nathan, quien se estaba divirtiendo de lo lindo viéndome tratando de elegir.

- No te burles de mí – dije molesta -. Al menos podrías ayudarme.

- Es que me gusta verte intentarlo. Es divertido.

- Eres idiota – le dije molesta.

Le di un pequeño empujón y me alejé un poco de él.

- Aquí tienen las bebidas – la mujer llegó en ese momento con su imborrable sonrisa –. ¿Saben ya qué quieren comer?

- Como entrante tráiganos panipuris y chatnis, y como plato principal nos gustaría dos pollos tikka masala – Nathan pidió tan rápida y decididamente que me dieron ganas de pegarle una paliza allí mismo.

La chica tomó nota y de nuevo se fue. Enfadada, me crucé de brazos y miré al lado contrario de donde estaba él. Unos segundos después, sentí cómo jugaba con mi pelo suelto entre sus dedos y le miré enfadada.

- ¿Estás enfadada? – me preguntó.

- ¿Acaso no es obvio? – dije –. Podrías haberme ahorrado mucho tiempo si me hubieras dicho que ya sabías lo que querías pedir.

- Me gustaba verte concentrada.

- ¿Y por eso tengo que perdonarte? – pregunté, enarcando una ceja.

Vi cómo fruncía los labios, tratando de ocultar la sonrisa, y luego se puso serio.

- Lo siento – dijo, y sonó realmente sincero.

- Está bien – dije sonriendo –. Te perdono. Al fin y al cabo, vas a pagar tú la cena, ¿no? Supongo que con eso es suficiente.

El resto de la cena transcurrió normalmente. Hablamos de todo y de nada en concreto, temas variados que a veces no tenían ningún sentido pero que para nosotros eran bastantes lógicos y divertidos. La comida que él había elegido resultó ser lo más delicioso que había probado en años, quizás nunca había probado algo tan bueno como aquello, pero por supuesto no le dije nada sobre aquello para que no se creyera que había tenido razón y que yo me había equivocado.

Eso, amigos, se llama orgullo.

Una vez terminamos de comer pedimos la cuenta y, como ya habíamos aclarado antes, Nathan se fue al mostrador a pagar. Mientras le esperaba fuera, pensé en la situación actual en la que nos encontrábamos. Habíamos ido a un maravilloso restaurante, comido deliciosa comida y charlado y reído todo el tiempo. A pesar de lo que había pasado durante la cena familiar, Nathan había conseguido que me distrajera y me olvidara de todo con gran rapidez, lo que me sorprendía. Podía llegar a ser realmente odioso y molesto, pero dejando de lado eso, él me protegía, me entendía la mayoría de las veces, me animaba y me sacaba muchas risas.

Me hacía feliz, por decirlo de algún modo.

- Vamos – dijo al salir, sobresaltándome.
- ¿A dónde? – le pregunté.

Él sonrió y empezó a alejarse, obligándome a seguirle.

Llevábamos caminando ya unos cinco minutos, sin un destino fijo, simplemente paseando y disfrutando de lo que nos rodeaba. Habíamos alcanzado una zona menos céntrica y donde había menos gente en comparación con el sitio donde estaba el restaurante, por lo que podíamos andar perfectamente uno al lado del otro sin estar esquivando a los demás. En aquel lugar había mayoría de parejas jóvenes, que caminaban cogidos de la mano, pandillas de amigos, que causaban gran alboroto mientras reían y conversaban, y padres y madres, que habían decidido salir con sus hijos para disfrutar del buen ambiente de la noche. Observé como una niña con coletitas recibía con una enorme sonrisa el helado de fresa que sus padres acababan de comprarle y vi también como ambos sonreían al ver lo feliz que la pequeña se había puesto. Miré al suelo con nostalgia, obligándome a mí misma a reprimir el sentimiento de tristeza que me estaba invadiendo, al saber que jamás sabría qué se sentía cuando tus dos padres te daban un helado y te miraban con amor.
- ¿Te apetece un helado? – me preguntó Nathan de repente.

Sin darme tiempo a contestar, me tomó de la mano y me llevó hasta donde aquella feliz familia acababa de estar. Cuando paramos le miré sorprendida, ya que no me había esperado aquel giro de los acontecimientos sin siquiera avisarme antes. Él tan solo estaba siendo espontáneo y eso me divertía puesto que me daba a conocer una faceta suya que jamás pensé que conocería.

- ¿Qué sabor? – me preguntó.
- Chocolate – respondí, sin siquiera mirar variedad de sabores que había.

- Muy bien – dijo y miró al heladero –.Déjeme por favor un cucurucho con helado de menta y otro con helado de mango – en cuanto lo dijo el muchacho se puso a ello.

- Oye te dije chocolate – le repliqué a Nathan que me miraba sonriendo.

- Lo sé – contestó.

- ¿Y entonces? – mis cejas se alzaron al decir aquello.

- No te pongas así – dijo, dándome un toquecito en la frente y sonriendo –. De todos modos ya lo he pedido.

Dejé el tema por dos motivos. Uno, porque tenía razón en eso de que no valía la pena porque ya estaban pedidos y dos, porque el roce de su piel contra la mía me provocó una agradable descarga eléctrica que recorrió todo mi cuerpo. Tratando de distraerme de aquella sensación, me di la vuelta y miré a nuestro alrededor, en busca de algún lugar donde poder sentarnos mientras comíamos el helado. No es que no me lo pudiera comer caminando, pero es que sentada lo saboreaba y disfruta más. Al otro lado de la acera vi un pequeño parque infantil, desierto a aquellas horas, y me di cuenta también de que había un par de bancos de madera colocados en lugares opuestos del lugar.

- Te esperaré allí sentada – le dije a Nathan señalando el parque.

Él asintió y me fui.

Crucé la carretera en la que apenas había un coche o dos, y me senté en el banco más cercano, ya que no me apetecía caminar hasta el otro lado del parque para sentarme en el otro. Lo único que tenía delante para ver eran los inmóviles columpios y el gran tobogán rojo del parque. Durante un fugaz instante tuve el impulso de querer subir a lo alto y tirarme por él como si de una niña pequeña se tratara.

- Sería divertido – murmuré, y solté una pequeña risilla.

- ¿El qué? – preguntó Nathan, que apareció de repente sentado a mi lado.

Me tendió el cucurucho con helado de mando y lo cogí deseando darle un lametón.

- Nada – dije, contestando a su pregunta.

- Y si no es nada – insistió –, ¿qué hacías hablando y riéndote sola?

Tomé varios lametones del helado y el sabor a mango me levantó el ánimo. Cerré los ojos para disfrutar aún más, aplazando mi respuesta para la pregunta que me acababa de hacer Nathan.

- Tan solo pensaba – fue lo que dije.
- Entonces pensabas en mí, está claro – sonrió con autosuficiencia y lamió su helado.

Yo casi me atraganto con el helado.
- ¿Y qué te ha hecho pensar eso?
- Esa sonrisa solo puede ser por mí, ¿no crees?

Solté una carcajada y tuve que tener cuidado de que el cucurucho no se me cayera al suelo.

- ¿Quieres saber lo que pensaba? – le pregunté mirándole.

Él asintió.

- Pensaba en lo bien que sentiría el tirarse por ahí – dije, y señalé el tobogán para que supiera de qué le hablaba.

- Pues hazlo – dijo.

Le miré en busca de algo en su rostro que me ayudara a saber si lo decía en serio o no, pero no logré mucho. Era frustrante no saber qué pensaba o qué sentía y tener un compañero del que no sabías nada era tema serio. Aparté la mirada y me concentré en mi helado, saboreándolo, aunque con un poco de más malhumor que antes.

- ¿Estás bien? – me preguntó.

- Ajá – contesté sin ganas.

- Y ahora estás enfadada – afirmó con cierto tono desconcertado –. ¿Por qué?

- No estoy enfadada.

- Ya, y por eso tus labios no son más que una línea recta y tus ojos se han vuelto sombríos – dijo –. No soy tan tonto, Lili.

- No me llames Lili – le reñí y, aprovechando que él estaba lamiendo su helado, empujé su cabeza contra el cucurucho.

Como resultado su nariz se llenó del frío helado.

Al principio su ojos se abrieron como platos, pero luego, entre risas, se vengó repitiendo conmigo lo que yo le había hecho a él pero con mi helado. Me reí y, con ayudado de mi dedo, cogí un poco de mi helado y lo puse en su mejilla. Entonces me levanté del banco y me aparté de él, a sabiendas de que intentaría vengarse. Nathan se levantó y se fue acercando a mí, con un amenazador dedo lleno de helado apuntándome. Le observé mientras se acercaba, a la vez que yo me alejaba, y mi risa paró, pero no cayó con ella mi sonrisa. Se le veía diferente a cualquiera de la veces que le había visto antes, no solo porque tenía helado en parte de su rostro, sino por él mismo. Su rostro lucía reluciente y su cuerpo relajado, con la belleza de un ángel o un dios. Su único pensamiento en ese momento era pringarme de helado la cara, no había preocupaciones en él, tan solo disfrutaba y vivía el momento. Lo pasaba bien comportándose como quería y riendo mientras jugaba, lo que, por alguna extraña razón que no entendí, me hizo sentir bien.

Por lo visto, algo en mí delató que estaba pensando en otra cosa que no era el helado, porque su rostro se volvió serio cuando llegó donde yo estaba. Ni siquiera me había dado cuenta de que había dejado de avanzar, ni de que ya no sonreía. Nathan se quedó frente a mí, analizándome con la mirada con el ceño algo fruncido. No parecía molesto ni confuso, tampoco preocupado por mi cambio de humor y mucho menos triste o enojado.

Más bien, parecía dudoso.

Durante apenas una fracción de segundo sus ojos se desviaron a mis labios, los cuales entreabrí casi inconscientemente en ese momento, gesto que aparentemente le sorprendió. Y no me extrañaba. ¡Hasta yo estaba sorprendida! ¿Por qué de repente quería que me besara? ¿Estaba loca? La última vez que lo hizo después de beber mi sangre, la cosa terminó tremendamente mal y, sin embargo, allí estaba yo rezando silenciosamente para que aquel estúpido y sexy vampiro me besara.

Nota mental: jamás mezclar comida india y helado de mango.

Nathan me observaba de forma fiera, supongo que adivinando lo que yo extrañamente estaba anhelando, y mi corazón se aceleró. Me mordí el labio avergonzada, ya que, siendo un vampiro con sentidos agudizados, él estaría escuchando el rápido ritmo al que iba mi corazón y pude ver cómo trataba de ocultar la sonrisa. Le miré con el ceño fruncido por reírse de mí y me di la vuelta, dispuesta a alejarme, pero por lo visto sus planes no eran los mismos que los míos.

Haciendo uso de sus ágiles y veloces movimientos de vampiro, me arrebató el cucurucho de helado y lo tiró, junto al suyo, a la basura. En cuanto lo hizo me tomó de la mano y me llevó a los columpios, sentándome en uno de ellos cuando llegamos. Entonces se colocó detrás de mí y empezó a empujarme suavemente. El columpio se balanceó y yo con él. Con una medio sonrisa, sujeté las cadenas que anclaban el asiento con el poste de madera y dejé que Nathan siguiera columpiándome. La brisa acariciaba mi rostro y cerré los ojos para gozar de la sensación.

Sentía que estaba volando.

Las manos de Nathan en mi cintura cada vez que me tocaba para impulsarme hicieron aquella sensación de volar todavía más placentera y, aunque el roce durara menos de un minuto, disfruté todo lo que pude. Si lo pensaba bien, aquella situación era realmente extraña, puesto que ambos nos encontrábamos en un parque en plena noche jugando en los columpios, después de haber tenido una pelea de helado. ¿Quién se hubiese imaginado aquello? Pero aun así, realmente me agradaba estar así, relajados y en silencio, sin pensar en los problemas.

- ¿Nathan? – susurré, sabiendo que él me escucharía.
- ¿Sí? – dijo él.
- Gracias – contesté –, por no dejarme sola.

4 comentarios:

  1. Me encantó, y aunque el capítulo fue bastante largo, quiero mas jajajaja.
    Bueno, aparte de que quiero más, tengo que decir que vaya madre mas capulla.
    Me dio ganas de comer y lo mas importante... un helado jajaja.
    Y m dejastes con ganas de que se dieran un besito jijiji.
    Anda y dale el gusto a tu hermanita y dame otro capítulo jijiji.
    Besitos

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  2. Me alegro de que te gustara jeejjejejeje Prometo que haré lo que pueda por avanzar la historia jejejejej
    Muchos besooooos

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  3. Ché ché ché

    Ande ta mi beso!!!! Quiero un beso!!!!

    Y una pelea de helado. me da igual q sea invierno!!!!!

    Porfi, porfi.. tardarás mucho en el siguiente?

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    1. El besito para otra ocasión jejejejejje
      Y si, voy a tardar, porque ya lo tenía medio escrito cuando se me borró y no lo pude recuperar, un fallo muy grande ese, así que tengo que volver a empezarlo
      Lo sientoooooo❤❤❤❤

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